lunes, enero 26, 2009


"I am falling, I am fading, I am drowning, help me to breathe".


Tengo un hambre de los mil diablos. Y también un hastío insoportable; ya no quiero nada.

Mientras le doy un sorbo a mi sopa misoshiru instantánea (por aquello de los mil diablos) me doy cuenta de que he llegado a un punto en el que no hay retorno. Un callejón sin salida… me he atorado.

Siendo el ave libre que siempre he sido, mi instinto es, naturalmente, salirme de este ambiente que perjudica mi bienestar. Emigrar a las tierras cálidas y alejarme del invierno que no deja crecer a las plantas. Pero, claro, como aparte de ave libre también soy un pan remojado, me duele el corazón por alejarme de las personas que se alojan en mi corazón.

Decisiones, decisiones. La vida está llena de ellas y yo las detesto. Siempre dejan al famoso verbo muerto en la cabeza de uno, y se queda ahí, atormentando.

Hoy siento que es mejor la opción A, pero mañana la B es tan tentadora. Pasado mañana las mando a las dos a la porra por C, y al día siguiente volvemos con A.

Ser inestable apesta como carroña de tres semanas.

¿Y si me voy lejos, lejos, muy lejos? Allá donde podré poner mis prioridades de regreso a donde deben estar; allá donde podré crecer en gracia y sabiduría. Allá, siempre allá y no aquí.

Me cuesta aceptarlo, pero como dice Mocedades: desde que tú te has ido, hay un rumor a invierno. Eres A de andamio, pero mañana estoy con B de biología. Ya no quiero nada.

Un día agarraré y me iré… y a ver quién me encuentra. Me duele hasta el astrágalo, pero lo más importante en mi vida está en juego; no lo pienso arriesgar. Y que Dios me acompañe (por favor).


Oyendo: El ruidito que hace el calentador.

jueves, enero 08, 2009


"We all have big changes in our lives that are more or less a second chance".


Este post contiene escritos que vagan por mi moleskine y que se me ocurrió postear. Sin más, helos aquí.
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Por los primeros de diciembre me preguntaba:
¿Les ha pasado que por mucho tiempo quieren algo y cuando por fin lo tienen ya no saben si lo quieren o no?

La naturaleza humana es demasiado voluble para mi bienestar mental. Me pone mal el hecho de que ya no sé si estoy segura. Ese “pensándolo bien” del demonio.

Pensé que sería fácil, antes las cosas pasadas no importaban (ni tampoco volvían para atormentarme). Ahora estoy toda confundida. Si esto se tratara tan sólo de un objeto, otra cosa sería. Pero se trata de una persona, como yo; con sueños, deseos y sentimientos. ¿Qué es lo que quiero? Me choca no saber. Odio la maldita confusión y detesto la indecisión con todo lo que tengo.

¿Qué pretendes, mente? ¿y por qué siempre estás peleada con mi corazón? ¿Qué quieren ambos de mí? No entiendo nada. Pero tengo miedo… aunque no estoy segura de qué es a lo que le tengo tanto pavor. ¿A Lastimar? ¿a que me lastimen? ¿al señor de los tamales oaxaqueños?

Dios, no sé qué estoy haciendo, ¡ayúdame, por favor! Ya no sé qué rayos. Y tengo mucho miedo; horror, incluso.
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Historias de aeropuerto. Tengo tantas.

En un ambiente lleno de susurros de multitudes, es difícil no tener (o crear) historias en torno a las criaturas que se encuentran en esta selva de maletas, retrasos y café.

Allá; veo que uno de ellos llora. Uno inicialmente asume que se trata de una partida dolorosa; pero la astuta criatura nos engaña, pues se ve llegar a su compañera y todo se revela en un abrazo mojado.
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Una memoria de agua; de esas que se escurren por todos lados y te ahogan en recuerdos mojados. Y se tardan mucho en secar, o nunca lo hacen. ¿Qué hacer? Si no se seca, ya ni la espera sirve.

¡Ojalá fuera una planta! Moriría y sólo queda la tierra, con la que puedes enterrar y continuar. Incluso tirar la maceta a la basura y olvidarte de ella para siempre. Pero ¿qué se hace con un montón de agua insecable? No hay más que moverla de un lado a otro, esperando poder olvidarse de su existencia, pero se sabe que nunca desaparecerá realmente. Y duele.

Nunca pensé que el agua podía doler.
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Escucho esa canción trillada que anuncia la llegada (y partida) del codiciado camión de los helados. Mi corazón salta y baila porque se sabe la tonada de memoria. ¡El camión de los helados, por fin!

De pronto, mientras bajo las escaleras, sucede algo en mis tripas. Antojo. Mi boca, acuosa, empieza a decidirse a que no tomará otro sabor que no sea mango.

Escalón tras escalón, el deseo aumenta; cada paso me acerca más. Sólo uno más, uno más, uno más.

No he abierto la puerta y ya lo estoy saboreando. Mmmm, se derrite en mi boca; un océano tropical de sensaciones maravillosas. Lo veo tan claro en mis manos, tan cerca.

Abro la puerta y embisto a la calle, como un animal salvaje. Música en crescendo, mi boca no soporta más.

-Me da un helado de mango, por favor.

-Lo siento, pequeña, pero ese ya se me terminó. ¿Quieres de otro sabor?

Shock. Negación. Quiero caer en mis rodillas, pero se niegan a ceder.

¿Ahora qué?
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Hay cosas que una siempre se dice que nunca hará. Para algunas es no cortarse el cabello, para otras es no volver a comer ese postre lleno de calorías; y para mí… bueno.

Mi naturaleza voluble me da unos corajes tremendos. Que si sí, que si no, que si ya no sé. Lo detesto, pero este odio no me da control, así que a final de cuentas sigo en la inestabilidad.

¿Cómo se quita uno la incertidumbre de encima? ¿Se la puedo aventar al de al lado? ¡Ojalá pudiera! Pero seguro el de al lado ya tiene su propia dotación.

¿Cómo deshacerse del no saber? O, por lo menos, de la desesperación que provoca. No importaría no saber nada si no nos desesperáramos por ello.

No puedo, no sé, no sé. Un revoltijo de emociones ha impregnado mis últimas semanas. Es como un potaje malvado siendo hervido por una bruja fea, con verrugas.

¿Por qué no pudo haber sido un caldito de pollo o una crema de zanahoria y calabaza? No. Tenía que ser ese estofado maloras. Y todo esto es sólo lo que me provoca el simple aroma que proviene del caldero. No quiero saber lo que pasará si algún día le doy un trago al menjurje. Probablemente explote, o se me caiga un brazo. (O ambas).

Una siempre se dice “No me voy a acercar a esa poción del mal”, pero ya con el vaso en la mano, las cosas son diferentes. Incluso imaginamos que no huele tan mal, podría saber bien.

Claro, nadie escucha a Pepito Grillo, y el pobre se desgañita los pulmones para que dejemos ese vaso en paz; pero no lo hacemos.

Igual que aquel doctor, nos tomamos el brebaje de un tiro. Ya está todo hecho.

¿Vuelta atrás?

¡Quisieras!

(La verdad es que yo también quisiera).
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Hoy no paro de escribir, tengo tanto que decir. Bueno, cabe especificar que no es tanto decir sino sacar; luego se me quedan atoradas las cosas y todos sabemos que eso no lleva a nada bueno.

Creo que también influye el hecho de que hace mucho que no escribía así, como vomitando. Se te sale todo, sin más. La verdad es que se siente bien; es casi liberador, pero los problemas siguen ahí, acechando.

Hoy pienso, no tanto en problemas sino en dudas (que realmente son problemas, pero llamémoslos ‘dudas’ para causar menor impacto emocional). Cosas que pensé que había dejado atrás, pero recientemente me di cuenta de que me han seguido secretamente todos estos años. Estas dudas ninjas ahora se abalanzan sobre mí, revelando su vigencia. Es verdad que uno nunca está realmente seguro de nada.

Te miré y dije cosas que eran tanto ciertas como falsas. Vi en tus ojos una añoranza, un algo que quería salir, pero se quedó atrapado. ¿Tendría caso dejarlo salir ahora? ¿podría volar libre? No, yo tampoco lo creo.

Pero aun sabiendo esto a ciencia cierta, no puedo dejar de preguntarme si tenía razón, si alguna vez adiviné esa añoranza elusiva.
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No paro de pensar; de ir de un lado para el otro. Que si derecha, que si izquierda. Voy y vengo, y no sé dónde quedarme.


Oyendo: El silencio de la madrugada… y mi tos.