No pongo cita, porque no tengo ganas.
No sé qué hacer, no sé qué pensar.
Me siento triste. Me siento rota, destrozada.
¿Recuerdan el silencio que apenas hoy en la tarde mencioné? Pues hoy mismo se rompió...
Y me dolió todo cuando supe la verdad.
Me dolió el cuello, las piernas, los ojos, el cabello, el alma y las uñas. Todo me dolió. Todo me duele. No sé qué hacer.
En el fondo siempre supe que esa verdad estaba ahí, pero me negué a aceptarla. Tenía un poco de esperanza de que fueran sólo paranoias mías. Pero resultó ser la verdad. Y, puta, cómo duele.
Y me siento impotente, pues no hay nada que pueda hacer para cambiarla. Es la verdad, y así es como es.
Y me duele, me duele muchísimo. Estoy tan sumida en el dolor que no encuentro ni palabras para describirlo.
De pronto me dan ganas de huir. De tirar todo a la basura. De llamarle a mi mamá y tomar un vuelo de regreso a México.
Y no es tanto el dolor en sí, sino el hecho de que me siento muy sola. Es horrible no poder llamarle a nadie. Me siento indefensa. Extraño a mis amigos. A mis amigas. Quiero poder levantar el puto teléfono y marcarle a alguien, a la hora que sea... y ponerme a llorar hasta que se me caigan los ojos.
Me siento usada, y abandonada. Siento que a nadie le importo. Toda esta gente extraña a mi alrededor. A ellos qué les va a importar si me pasa algo o no.
Descubrir que todo era mentira.
Ni siquiera tener la oportunidad de ponerme hasta la madre con mis amigas, para de perdido llorar hasta perder la consciencia. Ni siquiera eso tengo.
Ya ni tengo ganas de escribir.
Oyendo: Nada.
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