"We breathe. We pulse. We regenerate. Our hearts beat. Our minds create. Our souls ingest. Thirty-seven seconds, well used, is a lifetime".
Es curioso como uno se siente casi obligado a escribir cuando las emociones lo abruman. Normalmente son emociones atribuladas. Me he dado cuenta, después de tener un blog por 6 años, que la mayoría de mis posts son como una rejilla de ventilación para mis aflicciones. Y me siento tan agradecida de tener este espacio. Qué tan público, o qué tan privado es; eso ya no lo sé. Y, francamente, me interesa poco.
En estos últimos días he estado muy abstraída. Los dedos de mis manos se despellejan de preocupación (un síntoma delator de mi inquietud). Muchas cosas me han pasado; la vida me aturde.
Recuerdo que alguna vez, quizá más de una, escribí acerca de la muerte. No es un tema que toco seguido, porque realmente no hallo mucho que profundizar en el término de una vida física.
No es la muerte en sí lo que me aterra. Si mi vida termina, pues sanseacabó; pero le tengo miedo a la agonía. A los meses y meses en hospitales, recostada sin hacer nada, con doctores picoteándote y drogándote. A eso no quiero volver nunca, y no se lo deseo a nadie, jamás.
¿No es, acaso, preferible una muerte indolora? En un caso ideal, se despide uno y se desvanece imperceptiblemente, sin suplicio alguno. Pero la realidad me golpea en la cara y me recuerda que el dolor es innegable.
Te extrañaré desmesuradamente, pero si has de partir, oro para que sea lo menos agonizante posible. Que no te quedes en ese estado moribundo; que te vayas pronto. Me va a ser muy difícil acostumbrarme a tu ausencia, pero sé que te volveré a ver. Los tiempos de Dios son perfectos.
Hace años no me pude despedir; continuamente me arrepiento por eso. Tengo esa migaja de quebranto atorada en la garganta, ese remordimiento atascado en el corazón. Y mi mamá no para con el reclamo. Pero esta vez no será así, porque voy a hacer todo lo que me sea posible para decirte hasta pronto.
Mi última abuelita se me va. Cómo duele.
Oyendo: Flight To The Ford—Howard Shone